La caída del Imperio Romano de Occidente eliminó los últimos rescoldos que la escasa autoridad de los Césares quedaba entre los pueblos bárbaros ya asentados dentro de los limes. Visigodos, ostrogodos, suevos, vándalos y francos fundaron precarios reinos que tardaron siglos en asentarse, como élites sobre la antigua población romanizada. Por el contrario, el imperio romano de oriente, con capital en la inexpugnable Constantinopla (hoy Estambul) prosiguió en pie, e incluso disfrutó de un período de esplendor gracias a la idea de la «renovatio imperii» de Justiniano, en el s.VI. Por un período pareció posible la reunificación de todo el antiguo imperio. Los ejércitos bizantinos destruyeron el reino vándalo de África y acabaron con los ostrogodos, llegando a hacerse con el levante de la península ibérica, en pugna con los visigodos.
Todos estos pueblos se caracterizaban por la ruralidad de sus costumbres, en contraste al urbanismo que presentaban romano y bizantinos. Su principal base económica radicaba en la agricultura, con poco intercambio monetario, y comercio de corto alcance. Las grandes rutas entre oriente y occidente quedaron anuladas, dispersas entre las nuevas entidades políticas. Las migraciones bárbaras llegadas siempre desde el Este, se produjeron por varias razones, entre las que podemos destacar la presión de otro pueblos, como fue el caso de los hunos que empujaron a los godos, la búsqueda de nuevas tierras ante el aumento demográfico, y la fascinación por el modo de vida romano, sus adelantos técnicos y constructivos, de los que tenían noticia por las ciudades cercanas a sus fronteras antes de la caída de Imperio, y por aquellos de los suyos que se enrolaban en el ejército de Roma.
Pero ¿cómo dieron lugar estos pueblos a estructuras estatales más complejas como los reinos de Francia, Castilla, Cataluña, Valencia, Aragón, Inglaterra…? Pasaré ahora a explicar tal cuestión, desgranándolos uno a uno en sucesivas publicaciones.
Reino Visigodo (509-711)–> Reino de Asturias (718-910) –> Reino de León (910-1469)–> Reino de Castilla (1469-1714)
Al principio afincados en la actual Francia, los visigodos entraron en la península ibérica por primera vez por orden del Imperio Romano de occidente, a fin de eliminar a los pueblos que se habían adueñado de ésta. Vencieron a los suevos y exterminaron a los vándalos, antes de retornar a su lugar de origen. Pero tras la caída de Roma, sufrieron una decisiva derrota a manos de los francos, debiendo abandonar sus tierras para refugiarse tras los Pirineos. Eran de número escaso, unos cien mil, gobernando sobre cinco millones de hispanorromanos. No es difícil hallar la explicación a tal dominio, dado que Hispania era una mera provincia, sin ejército propio y sus habitantes no opusieron prácticamente resistencia. Tan sólo en la zona norte, menos romanizada, existían grupos que desafiaron la autoridad visigoda, como vascones, astures y cántabros.
El reino visigodo, lastrado por la clara diferenciación entre dominadores y dominados, entre la religión arriana* y la católica, y por la afición al asesinato y la traición en la altas esferas del poder* logró eliminar a los suevos, que residían en la actual Galicia y norte de Portugal, e incluso conquistar las zonas aún en poder de los bizantinos, de mano de Leovigildo. Su hijo Recaredo se convertiría al catolicismo y con él todo el estamento visigodo.
La llegada musulmana en el año 711 cogió desprevenido al rey Rodrigo, que se hallaba combatiendo a otro pretendiente en el norte de la península. A marchas forzadas retornó al sur, solo para ser completamente derrotado y muerto en la batalla de Guadalete. En pocos años, toda Hispania pasó al mando del poder islámico.
Sin embargo, algunos de los nobles visigodos se refugiaron en el norte. La dominación musulmana de la franja cantábrica jamás fue efectiva, y no tardaron en formar bandas de asaltantes a los que los cronistas musulmanes dieron escasa importancia, al igual que la escaramuza de Covadonga, exaltada de forma hagiográfica por el lado cristiano.