Breve reseña del mundo romano IV

Octavio Augusto había creado una nueva Roma, un nuevo ente político, pero pocos de sus sucesores en la cúspide del poder dieron la talla suficiente para trabajar en pos del engrandecimiento de un Estado que el hijo adoptivo de César había logrado hacer suyo. La propia estructura social se vio profundamente afectada con el acaparamiento de cargos por parte del Emperador. Los generales victoriosos ya no lograban triunfos para sí, sino en nombre de su señor; Los cónsules pasaron a ser un cargo de cada provincia, pues su poderes habían sido fagocitados por el César; Los augures observaron como su sumo pontífice era ya sin variación alguna el soberano. El Senado, principal órgano de gobierno durante la República, atacado y diezmado durante las Guerras Civiles y los sucesivos triunviratos, se convirtió en un mero órgano consultivo, a merced de cualquier paso del gobernante. Se les había negado el ascenso a lo más alto a los componentes del estamento aristocrático más rico y poderoso de Roma, y pocos fueron los que vieron con buenos ojos la perduración del Imperio, cuando al fallecer Augusto, su sucesión se hizo una realidad. Sin embargo, los órdenes nobiliarios que aún siendo patricios no pertenecían a dicha élite -équites y decurional- cuya riqueza se fundamentaba en las transacciones comerciales, y en cargos públicos, a diferencia de la grandes propiedades agrarias de los senadores, vieron aumentado su patrimonio. La seguridad dentro del mundo romano y las expansiones que se llevaron a cabo entre Augusto y Marco Aurelio donde destacaremos la conquista de Britania (Inglaterra) y la Dacia (Rumanía), aportaron muchas nuevas remesas de miles de esclavos, que pasaron a engrosar los millones que ya trabajaban para sus nuevos amos. Tras la extinción de los Julio-Claudios, primera dinastía imperial, surgieron otras, como los Flavios (68-96) y los Antoninos (161-192). Fue ésta la edad de oro de Roma, la llamada Pax Romana. No me entretendré en describir a cada emperador, pues existieron muchos de diverso signo, desde descentrados como Calígula, Nerón o Vespasiano, hábiles generales como Tito o Trajano, y grandes administradores como Antonino Pío. Todos ellos aportaron algo al Imperio. No obstante, y dado que aquí tratamos de comprender las raíces históricas de España, es debido recordar que de la antigua Hispania Roma obtuvo dos soberanos de gran talla, Trajano y Adriano. Pero todo lo conseguido no podía permanecer inmutable, y varios factores se enlazaron durante dos siglos y medio para terminar aniquilando la mitad occidental del gigantesco Estado. La ambición por la púrpura* imperial desencadenó el comienzo de nuevas guerras civiles, donde distintos generales lograron suficientes partidarios para alzarse de forma efímera con el trono. El paréntesis de la dinastía de los Severos (193-235) dio paso a medio siglo de anarquía, que contribuyó a la decadencia social, a la pérdida demográfica, y a la caída de los ingresos del imperio. La presión de los bárbaros aumentó en las fronteras, donde godos, alamanes, anglos, francos y muchos otros pueblos amenazaban la línea del río Danubio, mientras en el este, el reino de Partia fue reemplazado por otro mucho más poderoso: los persas sasánidas. Habían pasado los tiempos gloriosos de las grandes gestas y victorias que alumbraron los hechos de armas contra Cartago, Macedonia, Egipto, Dacia y Britania. El final de las guerras de conquista cortaron la llegada masiva de tributos y esclavos, y gran parte de la plebe sólo tuvo dos salidas: vivir de la beneficencia pública, o trabajar a costa de un estado cuyos impuestos eran cada vez más fuertes y frecuentes. El ejército perdió su componente más clásico, y el reclutamiento de bárbaros para hacer frente a otros cogió mayor intensidad. Nació así la era de los foedus, vitales para una nación en vías de extenuación. Pueblos extranjeros se asentaron en tierras del Imperio, generalmente las menos productivas al principio, ayudando en la defensa. Para auxilio y en pos de facilitar la administración de Roma, Diocleciano dividió en imperio en cuatro partes, a cargo de dos emperadores (Augustos) cada cual tendría a sus órdenes a un César. La solución, prevista para un mejor funcionamiento, dio alas a nuevas conspiraciones y guerras civiles. Sería Teodosio en el año 395, sólo cien años antes de la Caída, quien partiría el Estado de forma definitiva, otorgando una mitad a cada uno de sus hijos. Pero no fue suficiente. De Oriente había llegado una nueva religión que conseguía acólitos por miles entre los pobres, y que chocaba frontalmente con el politeísmo romano y su culto al emperador. Las sucesivas oleadas persecutorias no lograron erradicarla, siendo reconocida por el emperador Constantino en su edicto de Milán, año 313. Era el Cristianismo, convertida poco años después en religión oficial y única. Había pasado de religión oprimida, a religión opresora. Tomamos como referencia el año 476 d.C. como el fin del mundo romano de occidente. No obstante, décadas atrás era tan sólo un espejismo de su pasado. Un emperador sin poder alguno salvo en su propia ciudad, pueblos germánicos gobernandose a sí mismos -francos en la Galia, jutos y anglos en una Britania abandonada por Roma en el s. IV, visigodos y suevos en Hispania, vándalos en Africa… una sociedad donde la clase inferior se hallaba sometida a la superior, a fin de garantizarse una protección que el estado no podía proporcionarle. Así nacía la Edad Media

*Púrpura Imperial: El color púrpura durante los siglos de dominio romano siempre significó poder y prestigio. Los senadores y caballeros llevaban en su vestimenta una banda de dicho color, pasando a ser exclusivo del Emperador con el paso de los siglos. Hoy en día, podemos observar la utilización de tal color como sinónimo de poder en las prendas de los obispos.

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